Un sacrificio humano para calmar la tierra
Un aura gris rodea el caso del sacrificio humano realizado en el cerro La Mesa, en el sector de Collileufu (Puerto Saavedra), en donde la machi Juana Namuncura habría tenido una revelación y ordenado la muerte de un niño para aplacar la furia de la naturaleza, expresada en el terremoto, el tsunami y las interminables réplicas que aún se sucedían hasta el 5 de junio, día del martirio.

Los archivos judiciales desaparecieron desde el Juzgado de Nueva Imperial, donde residía la causa, e informes antropológicos encargados a eminencias de la época, como Alejandro Lipschtuz y Grete Motsny, permanecen inubicables.

La información disponible reporta la muerte de un niño, José Luis Painecur, en la comunidad mapuche de Collileufu, en el lago Budi. Su cuerpo nunca fue encontrado, ya que habría sido lanzado al mar, con vida o incluso desmembrado, como una forma de rendir un sacrificio frente a la eterna lucha de Kai Kai y Ten Ten, culebras de la aguas y de los cerros, respectivamente. En la cosmovisión mapuche el enfrentamiento entre ambos seres provoca una catástrofe cósmica que solo un sacrificio animal o humano – o ambos- es capaz de detener.

El menor vivía con su abuelo, Juan Painecur Paineo, ya que su madre, Rosa Painecur, trabajaba como empleada doméstica en Concepción o Santiago. Fue llevado a caballo hasta el cerro La Mesa, el más poderoso de sus altares ceremoniales, donde se realizó el ritual bajo el sonido de los kultrunes y las rogativas.

El teniente de Carabineros, Mario Urrutia, alertado por una denuncia atribuida también a un niño mapuche, llegó con su contingente a Collileufu, donde detuvieron por el delito de homicidio a cinco personas: la machi Juana Namuncura; Juan Painecur; Juan Paiñán; Julio Cuminao -hijastro de la machi- y Manuel Painecur, tío abuelo de la víctima. En Nueva Imperial una turba enardecida habría golpeado a los detenidos.

De ellos, sólo el abuelo de la víctima y Juan Paiñán fueron procesados, en calidad de autores materiales de la muerte del pequeño. El proceso judicial en su contra duró hasta octubre de 1962, fecha en que la jueza de Nueva Imperial, Esther Valencia, los declaró inocentes por considerar que todos los mapuches que participaron en el sacrificio habían actuado bajo el influjo de una fuerza psíquica irresistible e impulsados por un miedo insuperable. Para tomar esta decisión, la magistrada consideró la declaración de los protagonistas e informes antropológicos que señalaban que el sacrificio fue realizado siguiendo las tradiciones ancestrales del pueblo mapuche, y con el objetivo de restablecer el equilibrio entre el ser humano y la naturaleza.

Este caso constituye el único sacrificio humano documentado en la historia moderna del pueblo mapuche.